Llegué a Jerusalém a la hora más hermosa, cuando el sol comienza a caer y la ciudad se cubre de oro (tal como dice la canción). Lo primero que hice fue visitar Ha Kotel Hamaaravi.
Por suerte mi vestimenta era la adecuada: falda bajo la rodilla, una chaqueta que cubría los hombros, nada de escotes, ni menos transparencias. Al entrar nos separamos: ellos partieron hacia la izquierda del Muro, nosotras a la derecha. Es parte de la tradición judía que hombres y mujeres recen por separado.
Mirar el Kotel .… indescriptible.
Tocarlo …. inolvidable.
Rezar ante él …. sobrecogedor.
Alejarme de él …. imposible.
Por largo tiempo me quedé parada frente a esas enormes piedras sin saber que hacer, pensando si existiría alguna plegaria especial para un momento como ese. No me acordé de ninguna ... sólo pedí y también agradecí. Luego, sin dar la espalda al Muro, salí con la mente puesta en regresar nuevamente.
Volví dos veces más, la última vez para dejar los mensajes que mis amigas de Antofagasta (Chile) habían enviado. No fue fácil encontrar un espacio para cada uno de ellos, millones de otros papelitos blancos con otros deseos ocupaban las mejores ubicaciones. Busqué algunas grietas desocupadas, tratando de no molestar a las mujeres que en un murmullo constante rezaban bien pegaditas al muro. Mujeres jóvenes, viejas, algunas muy bien vestidas, otras no tanto. Todas concentradas en sus libros de oraciones. Finalmente logré ubicar todos los mensajes y me despedí, deseando no olvidarme nunca de tí Jerusalém.
Dicen que esas numerosas cartas dirigidas a D’s son retiradas dos veces por año para dejar lugar a las nuevas peticiones y que luego son enterradas -como objetos sagrados- en el Monte de los Olivos, por donde –según las profecías- entrará el Mesías a Jerusalém.
Nota: En esta página podrán encontrar hermosas fotos del Kotel y en esta otra también.